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Hace unos meses, me contactaron desde San Javier, un pueblo de Murcia. Esperanza, una de sus maestras, había propuesto mi primer libro, Abrazos de chocolate, para realizar una actividad intergeneracional entre personas mayores y niños. Suena bien, ¿verdad? ¡Pues eso es solo el principio!
En San Javier tienen un Laboratorio Ciudadano, desde donde recogen las necesidades y propuestas de mejora de sus convecinos. Tras los meses de pandemia, uno de los puntos que más se repetía era, sin duda, la sensación de soledad de sus mayores. ¿No se os pone la piel de gallina?
Pues bien, ahí es donde entramos nosotros. Un día cualquiera amanecí con un correo en el que me contaban todo esto y, además, me pedían una cantidad elevada de ejemplares de Abrazos de chocolate. Su idea era que los mayores se grabaran contándolo desde sus casas. Esos vídeos serían enviados a algunos pequeños del pueblo con la idea de que les respondieran contando qué les había parecido la historia y lo que habían sentido al verles contando el cuento. Pero no solo eso, también les harían llegar una manualidad hecha por ellos y que, por supuesto, sería muy, muy dulce, tan dulce como el chocolate. También recibirían una carta con un código QR con acceso a un vídeo de cada niño hablando sobre el libro.
Pocas semanas después, ya estaba todo en marcha. Los libros estaban entre las manos de los mayores y un vídeo enviado por WhatsApp me anunciaba lo inevitable: saca el pañuelo, Sandra, que la lagrimita va a asomar en 3, 2, 1… ¡y así fue! Nunca olvidaré ese primer vídeo en el que un hombre leía con una magia especial mi cuento. ¿Lo mejor? Al llegar al final, era él mismo quien se emocionaba sin poder evitar las lágrimas. Qué sensación tan bonita saber que tus palabras hacen sentir tanto a personas con años y años a sus espaldas. El que después de esto siga pensando que los cuentos son solo para niños, ¡que me escriba!
Solo unos días después recibí otro vídeo de Esperanza, la maestra que había propuesto que Abrazos de chocolate fuera el libro elegido para la actividad. En él nos contaba los resultados que iban recibiendo por parte de mayores y pequeños. Ahí nos encontramos con palabras de magia e ilusión, ya que los ancianos esperaban emocionados las respuestas de los más pequeños. ¿Hay algo más bonito que esto? Os prometo que estoy escribiendo todo esto sin dejar de sentir los pelos de punta.
La actividad no ha terminado todavía y ya han participado más de 500 personas entre niños y ancianos. Me parece mágico que el hilo conductor de todo esto sea mi libro y que pueda suponer tantísimo para un pueblo entero. No tengo palabras para agradecer todo lo que está pasando, todo lo que están haciendo con él porque están creando lo más bonito del mundo: recuerdos e ilusión.
Y esto, sin más, es en lo que se resume mi trabajo diario: ¡la magia de los cuentos!
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